miércoles, 17 de octubre de 2007

La caída




La imagen no podría ser más contundente: nuestro Saddam Hussein región cuatro usado como trampolín porteño, con la mano derecha –oh, sí: la derecha— mutilada y botada sepa Dios dónde. Por si fuera poco, los ahí presentes dieron cuenta de que la estatua estaba hueca y no faltó el comentarista radiofónico que sentenció, de manera lapidaria: “es que se trataba de una réplica exacta”.

En efecto, el otrora político de las botas debe contener en esa cabeza de momia guanajuatense sólo al vacío. Lo mismo podría decirse del edil panista de Boca del Río, Francisco Gutiérrez, o de quien quiera que haya sugerido la elaboración y ulterior colocación de la efigie del esposo de la Señora Martha en una avenida porteña que, para que estuviera acorde con tan ceremoniosos efectos, fue rebautizada también como “Bulevar Vicente Fox Quesada”.

Era cuestión tan sólo de revisar un poco de la historia de nuestro país para darse cuenta de la improcedencia y la falta de sensibilidad política que implicaba la colocación del monumento al fundador de foxilandia. Recordar, por ejemplo, el triste final al que llegó la estatua del ex presidente priísta Miguel Alemán Valdés, colocada en pleno corazón de Ciudad Universitaria cuando este sacrosanto campus fue inaugurado a principios de la década de los 50. A la comunidad de la Máxima Casa de Estudios no le hizo mucha gracia el chistecito y la efigie alemanista acabó por ser dinamitada e incendiada. Las entonces autoridades universitarias como que entendieron el mensaje y decidieron quitarla. Más o menos el mismo destino alcanzó a la escultura en Campeche del “perro” José López Portillo, destacado defensor del peso y apasionado amante y demandante de doña Sasha Montenegro. A la vista de esta triada de malogradas esculturas presidenciales, no deja de ser irónico que, por más que el de las botas se haya empecinado en distinguirse de los mandatarios emanados del Revolucionario Institucional, su primer –y por lo que se sabe, no último— memorial acabó tan maltrecho como el de aquellas dos figuras emblemáticas del tricolor.

Además de las presidenciales, otras esculturas que provocan repudio generalizado en nuestro país son, claro está, las de los colonialistas ibéricos. Corría el final de la década de los 20 y al escultor estadunidense Ramsey McDonald se le ocurrió donar la imagen de un conquistador encaballado alusiva al villano favorito de la mexicanidad: Hernán Cortés. El rechazo popular –alimentado por el auge nacionalista— fue tal, que la figura monumental de bronce fue devuelta y acaso reenviada a Perú, nada más que allá les dijeron que se trataba del general Francisco Pizarro, contemporáneo de Cortés. Otra tristemente célebre estatua, la del conquistador Diego de Mazariegos, fue depuesta en el 92 por manifestantes indígenas en San Cristóbal de las Casas el 12 de octubre, al celebrarse 500 años del mal llamado “encuentro de dos mundos”.

No deja de ser significativo que por diversos frentes, incluida esta caída escultórica, en la genealogía del foximato confluyan el priísmo y el colonialismo –cabría recordar que doña Mercedes Quesada, la suegra de Martita, es oriunda de la madre patria. En fin, parece ser que la fama del presidente “del cambio” oscilará, en lo sucesivo, entre esas dos vertientes de la historia mexicana, una más reciente que la otra, pero las dos igual de persistentes.

Todo lo anterior quedará en el anecdotario, pero lo que no deja de resultar indignante es el cinismo blanquiazul, y el del propio Vicente Fox, que quedó de manifiesto en este episodio: al ex presidente se le ha visto más nervioso y exasperado que de costumbre al momento de dar entrevistas a los medios, sobre todo cuando se le cuestiona por el asunto del rancho que es y no es suyo, de las Hummer y el Jeep rojo que “maneja pero no usa” y de los escándalos de corrupción de los hijitos de la seño Martha. Con tanto borlote, el ex mandatario todavía se da tiempo de criticar a quienes tumbaron su efigie jarocha. La susodicha, por su parte, fue puesta, depuesta, repuesta y vuelta a quitar. La pobre será sometida a una complicada cirugía –que pagará el erario, desde luego— para que le sea reintegrada la mano mutilada, mientras que su versión de carne y hueso se le va la lengua, las Hummer y el Jeep, pero eso sí: nunca la bonachonería

En fin, no se sabe que vaya a pasar con Fox. Pero lo que es su estatua, ésa sí ya pasó a la historia.